Maria Mena Habits

domingo, 9 de junio de 2013

INTERSECCIÓN



INTERSECCIÓN

Mirando con lupa, 
señales en forma de
circunferencia.
Ondulantes y vibrantes.

Cuchillas sin filo,
esparcidas sobre mis laderas.
Tan sordo el acero 
como su apaciguada influencia.
Entretenida y cansada.
Estirando los limites de 
mi desvencijada armadura.

Sin recodos que ahora 
me desconozcan.
Sin sombras cubiertas.

Un capricho ha surgido
entre textos que 
atacan mi disciplina.
Entornando disculpas.
Proclamando pasiones.
Repartiendo a escondidas
entre sus líneas,
pedazos de glorias
que no corresponden,
ni al yantar que supone
tanta alegoría. 
Profundo el soñar
que lo engancharía.

Entre vítores se contonea,
olvidando allá en su 
aposento la fiera,
agitada sin fuerzas
bajo sus correas.

Vagos pálpitos que se
pulverizan,
sucumbiendo entre 
el tic tac de las tristes
y sobre el ring de las pintorescas.

Aclamado entre cálidos caldos,
embriagados de condimentos.
Sin pánico escénico.
Apretujados entre rimas
pero sin sentimiento.

Deja de marcar tus orillas
y recorre la verdadera
penumbra de entremedias
que te delata.
No es otra manera la que te viste
y sostiene,
la que sembraste en tus llanos,
cuyos frutos rodean las cumbres.

Queriendo entregar un pedazo
de esquina.
Insulsa y desdoblada. 
Sin contenido.
Cuyos destellos perdió
en el camino,
de tanto arrastrar
sus hilos.

Marioneta que patalea
sin sentido,
entre gestos que no dicen
nada. 
Adornando tan solo 
con su presencia,
entre dormidos aplausos.

Bordados de hipocresía,
en telas de macramé.
Reliquias desdibujadas
en óleos que contemplé. 

Pletóricos de aturdidos.
Melodías desgastadas.
Atrapando rayos de fuego
que se colaron por sus ventanas.

Sin ser casual el delito.
Sin vestimentas nobles,
que engrandezcan.
Entre glorias de soleada
soledad y encogida
en un rincón, 
sin que nada ni nadie 
se entretenga.

Dormiré despacio,
entregada y disuelta.
Pues disculpas no tengo,
para esta opereta.
Apasionada y sencilla.
Reflejo del lodo,
el que me cubre hasta
las rodillas.
Al que le debo el esfuerzo,
rubor que me encuentro
después,
sobre mis mejillas. 

Atardeceres en blanco,
pintados de rosa.
Un cuadro de bengalas
que entre fugaces y dispares
pinceladas,
se disolverá.

Sin que sus ojos 
prendan en cautiverio.
Sin oleaje de entornados
párpados que lo recuerden
ni añoren,
entre el mar de sus complejos.
Invisibles,
como el desgastar,
cuando apenas se tiene.
Sostenido y empujado. 
Luchando contra las 
necias corrientes.
Marabunta que se extiende
atravesando los campos,
entre rebaños de frío
y nieve. 

Esther MG