EL SALTO
No es fácil resurgir.
Pero nunca pude detenerme
ante el manantial de curiosidad.
Sedienta.
Cuanto he logrado.
Cuanto he perdido.
Cuanto de todo es real en mitad de la nada.
Mi pequeño mundo,
comparado con el espacio que ocupa
mi frágil ser.
Anhelante y melancólico.
Siempre ardiente y agónico.
Al amparo de luces, diminutas.
Estrujando laberintos que se estiran en mi cabeza.
Simplificando la vía cubierta de arena,
entre mares y desiertos.
Arrugando papeles. Cosidos a mano.
Moratones del alma que nunca sanaron.
Y ahora que tu sonrisa me ofreces
Niño de mis ojos.
No puedo dejar de mirarte,
como si te descubriera por primera vez
cada vez que mi luz se refleja en la tuya.
No debo dejar que la decisión
del destino nuble la inmensidad de mi dicha.
No quiero amarrarte a mi ancla, sin tripulación.
Solo deseo que te sientas como yo.
Libre y espontáneo. Sin tapujos sin engaños.
Corrigiendo en tu cabeza, ser tu propio juez.
Sin nadie que te engañe y te ofrezca el mundo en una mano.
Obviando lo sencillo que es dejarse entretener.
Estirando mi cabeza, intentaré siempre divisar,
el mejor sendero para ti,
Soplando con mis pulmones desgastados,
Los baches que en tu andar pudiera haber.
Siempre alerta y pendiente, sin otra cosa mejor que hacer.
Porque protegerte y amarte será mi legado.
El que desde que respiraste por primera vez,
habrá de ser…
Esther MG