EL
RUBOR DE LOS ALIENTOS
Pálida
luz
que
a la tarde rozando contesta.
Son
sus colores
difuminados
entre las sombras.
Un
arroyo de pensamientos
baña
las sombras,
del
despertar al anhelo.
Una
mañana tranquila
sin
rastro a seguir
ni
evidencia que corte las alas.
Su
estancia apagada,
alejada
del borde del precipicio.
El
canto de un ruiseñor
abatido
en su latir,
por
tanta alegría.
Cuando
al otro lado,
el
dolor se ha detenido
sobre
su pecho,
ronroneando,
mientras dormita
en
su fatiga de consuelos.
Consuelos
que no callán,
de
esos que se cuentan por cajas,
como pañuelos de papel.
Desgastando
amarguras.
Deshaciendo templanzas.
de
cordura.
Marioneta.
Sin
brazos que abracen
ni
sostengan.
Un
halo de azules
surcando
su paisaje mental.
Atormentado.
Otro,
de verdes,
contando
las horas que faltan.
Blanco
brillante
para
sus ganas.
Negro que abriga
y
mantiene el calor.
Improvisado
arcoiris
que
contempla su yos.
Siempre
perplejos.
Apariencia
sosegada
que
atrapa suspiros y quejas.
Sólo
el ánimo escapa
imperceptible y caótico
incesantemente y arrogante.
Vuelve
al silencio
que nunca
fue una condena,
sino su aliento.
Y
camino despacio
mientras
el susurro del todo
Se
lleva de mi,
el
estallido.
Todo
produce un sonido irreal.
Todo
se ensalza y es contrapuesto.
Desde
el amanecer
hasta
el intermitente latido
de
las últimas sombras,
alcanzando
la tarde.
Alumbrando
a su noche,
siempre
fugaz.
ESTHER MARTIN 26042010
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