LA LLAVE
Madurez.
Envejecida entre las
solapas
de un libro.
Trasiego que viene y va,
Sin perder un solo
hilo.
Claros de luna en
mitad
De tus nadas.
Cadenas de plata
bajo tus pies.
Martirios de oro
blanco sobre tus alas.
Madurez.
Adivinada,
inadvertida
Y, por un instante,
tal vez,
posada en tu
insignia.
Aprender, salpicado
de vetusta.
Cuando el ánimo ha
caído
Cuando el llanto
comprimido,
Dilatado y henchido.
Detiene tus ojales
esparcidos.
Sin un nimio entre viento
Que apacigüe tus
anhelos.
Madurez.
Concubina dulce y
fiel.
Embriagadora entre
huidas sinuosas.
Más allá de las
cumbres
Vendrás a ofrecerme
un instante de ti.
Recogiendo tus
frutos mis manos,
Sentirán el calor de
tu abrigo.
Y la mente, aturdida
por tanta sequía
Agotará su sed.
Madurez.
Se despliega
despacio,
entremedias de un
presente sin sombras.
Anocheciendo en
aprietos de compasión.
Mientras, ríe el
presente irónico y pleno.
A falta de un sueño
que regale porciones
de paz y sosiego.
Madurez.
Legendaria entre tus
velos.
Recorrerás
ciegamente y sin freno.
Apegada a tu eterno
cielo,
Sobre los tejados
del humano infierno.
Trastocando sin
remedio.
Arderán bajo tus
llamas de claridad
Nuestros consuelos.
Nuestros antojos,
Ocultos bajo mil
sellos.
Caprichos sinceros,
Que nos instan a
recorrer
Entornos y paraísos
austeros.
Ajenos a la
realidad,
Que forma nuestros
enteros.
Madurez.
Desearía ser
absurda.
Por tanta voluntad
truncada,
Que se cuela en
rotos sacos,
De comedia y
pantomima.
Una danza de
bienestar
Conforme con su
rutina.
Esther MG
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