"A menudo, vemos pozos como este, en el camino.
Todos tienen una buena soga. Resistente.
Y buen cubo de hierro forjado. Todos.
Y buen cubo de hierro forjado. Todos.
Más, rara vez nos acercamos para sostener y arrastrar,
al que desde abajo vive en la penumbra y martirio, de esta cruda,
amarga y profunda, desgraciada, realidad".
EL POZO
Descarte
de ases y oros en bruto.
Despotismo
malgastado
entre
hojas de rutina.
Dueño
de un hogar roto
bajo
la devastación incontrolada,
de
sus iras.
Martirios
apocados entre paredes
manchadas. Machacadas.
Rezos
en la obscuridad.
Tormento
que no cesa.
Impregnando
estancias en penumbra.
A
la luz de un candelabro.
Testigo
de silencios encontrados.
Apresurados
y apretados pasos.
Cortos
y quedos.
Enjuto
el tesón.
Que
se mantiene firme en tiras.
Brazos
dormidos apresando una botella.
Ojos
inhumanos.
Soberbia
poderosa que abatirá impunemente,
a
quien ose desobedecer su trayectoria.
Uniforme.
El
patio repleto de rastrojos.
Un
muñeco sin ojos.
Un
trapo roto.
Molduras
desconchadas.
Cuadros
amordazados, de tardes en ruinas.
Cinta
aislante cubriendo las cortinas
allá,
en la cocina.
Cortada
a ras sin previo aviso.
Manos
entrelazadas.
Nudillos
abiertos.
Bajo
la cama. La mugre apesta.
Camisa
impoluta sobre la mesa.
La
plancha no para, tampoco espera.
Pucheros
hirviendo.
Todo
listo a su hora.
Exigencia
de menú dispuesto.
Sin
especias ni olores
a los
placeres del paladar.
Copa
de vino. Café y puro.
Costumbre
ineludible.
Silencio
cortante. Sin guía.
Infinito.
Miedo
que aterriza para no despegar.
Posado en la alfombra
del
cuarto de estar.
Invierno
eterno. Otoño nublado.
Cuchillos
afilados.
Un
rebelde se forja en su habitación.
Condenado a la penumbra. En silencio.
Sin
radio de acción.
Más
que un puñado de libros,
con
letras que se burlan.
Escapando
bajo las arrugas de su frente.
Siempre
fría. Húmeda.
Puños
y dientes.
Reacción
a la escena que reaparece,
a
través de los huecos
de
la escalera.
Un
cinto colgado tras la puerta del hall.
Escenario, el pasillo, escaleras o baño.
Cuando
la ocasión lo dicte,
romperá
el frío adormecido.
Resonando
en el vacío quedo.
Golpe
seco.
Sin
hallar ni un susurro,
en
su otro extremo.
Caín
matando a su hermano.
Otro
robado hermoso,
para
anotar en su fuero.
Señal
de que la sangre hierve,
en
su firmamento.
Dulzura
en su rostro.
Edad
temprana aún.
Mas
envejecida su eterna… Juventud.
La
abadía del aposento.
Rugidos
que allanan el sentimiento.
Pasión
dormida allá, en otros tiempos.
Preguntándose que hará,
si
se abriera camino...
A
nuevos retos.
Mueca
torcida contra el cristal
de
su ventana.
Las
manos retorcidas sobre su espalda.
Forzada a asumir.
Sin
pronunciar ni un gemido.
Abatida
tras la derrota.
Cuando
el ogro cansado,
se ha dormido.
Sentimientos
que le hacen latir.
Sentir
la ira, enciende su tesón.
La
lucha se atenúa
en
su enturbiado corazón.
Rasgado
en mitades.
A
partes iguales.
Sin
remedio,
se
forja una venganza
en
su noble alma.
Aquella
que la engrandece y contiene.
Sentada
al borde
de
una silla del desván.
Ha
querido acompañarla
una
tímida lágrima.
El
abierto camino, a través de su rostro.
Reconforta y sostiene,
lo
que a duras penas,
se
conserva.
A
pesar de los ruidos de sus cadenas.
Rodeando
su cuello, su cintura.
Sus manos.
Convirtiendo su persona,
en
óleo de negros y morados.
Apartados
y escondidos,
con
cuidado.
Para
que las miradas curiosas
no
puedan, contemplarlo.
Pintura
semejante.
Apagada.
Fulgurante.
En
otras partes rasgada.
Sin
que nadie.
Se
percate.
Esther MG